sábado, 9 de abril de 2011

:: Tributo: Qlampton ::


¡Hermoso día!: 3 encuentros el mismo encuentro con el príncipe del mundo vegetal, Qlampton 




Mi primer encuentro fue con el simpático ser de cabellera espinuda que con guiño travieso asomado a la ventana de su útero vegetal me miraba encuadrado en una viñeta saludando optimista en tiempos de violencia y negación un deseo convocante de... ¡Hermoso día!  Y sin más, me sumergió sin escafandra en el microcósmico universo vegetal que proponía su prolífico genial habitante Qumz; el alterego, del fugaz artista de la literatura dibujada, Qlampton; precoz maestro de la historieta.  Luego de tan ineludible impacto certero valoré la excelencia de su grafía, la valentía coherente del abigarrado trazo minúsculo hasta el infinitesimal encuentro con su nano universo. Es la síntesis, entre dibujo y escritura, en la más excelsa tradición de los Antiguos Maestros Escribas que dominaron el arte de representar la esencia y la materia como una realidad única. Tan universal artista trasciende los espacios y los tiempos conocidos proliferando exponencialmente y, sé, me habita hasta el reencuentro.


[http://www.youtube.com/watch?v=SoHncTF5txY] Coincidí con él en una tocata de De Kiruza en un bar del barrio Bellabestia. Estaba, estando sin estar estando, sentado impertérrito con una cerveza Escudo en la mano y apoyando los brazos en sus delgadas piernas. Silencioso como un buda en silencio, acompañábamos a los editores de Trauko que ondulaban sus cuerpos al ritmo de la fusión sincrética del chamullarte local y de una movida madrileña que llegó acá sólo por asomo.  Siendo discípulo de mi búdica madre y del culto de hablar sólo cuando las palabras son más hermosas que el silencio, culto muchas veces confundido con la timidez, me restringí a observarle a través de los filamentos de la dermis. Al regresar caminamos acompañándonos, tras nuestro los amigos de la revista que miraban estupefactos la conversación que sucedió. Cuyo contenido, que conocieron, nunca supe si les sorprendió. A mí, sí y mucho.

¿Qué haces?, preguntó. Escribo, le respondí. ¿Te has dado cuenta que los doce primeros años de vida son los años más importantes en la vida de todas las personas?, preguntó de nuevo. Le respondí mi acuerdo; compartiendo que tuve una infancia muy feliz porque crecí en una fábrica de helados que estaba en un barrio de prostíbulos, inundado de niños, literales hijos de puta, gente trabajadora y había una casa de ladrillos que parecía castillo con olor a galletas recién horneadas, templo judío y un terreno eriazo habitado por los ilustrados vagamundos inmortales... de antaño. A su vez, comunicando dicha me contó que cuando niño vivió en La Serena y que recordaba mucho el faro que allá existe. Conectados, seguimos ‘callaminando’.  

Al cruzar el río por el Puente Pío Nono volvió a hablarme: ¿Te has fijado que hermosas son las puestas del sol en el río Mapocho? Mientras el río cantor arrastraba sus fecas y salmonelas, el cielo estallaba en salmones para dar paso a todos los celestes que degradándose en azules se sumergen en la oscuridad de una noche diáfana de primavera iluminada por las luces eléctricas, semáforos y neones. La contemplación callada del espectáculo humano y natural fue mi si por respuesta.


Varios meses más tarde, en una abrigada noche de invierno, en la casa editorial de la revista de cómic Trauko de calle Berlín en San Miguel, le encontré absorto finalizando sus interminables “achurados” de una obra imposible de acabar. Le atestigüé guardando admirante silencio.  Cuando regresó, al levantar la mirada, me saludo diciendo: Tu eres escritor. Asentí, sintiéndome feliz por mi ego reconocido. Y me dijo con leve sonrisa y la picardía de quienes esperan que las conversaciones fluyan con la elíptica precisión de las narraciones concientes: ¿te has dado cuenta que los doce primeros años de vida son los años más importantes en la vida de todas las personas?  y agregó, “cuando niño viví en La Serena y me gustaba mucho estar en el faro”. Me convencí que esa era su manera de decir que me recordaba porque le simpatizaron mis estudiados silencios de intelectual cool y underground.  La noche conforme avanzaba, en la casa editorial Trauko derivaba en juerga. Le protegí del acoso de un enyegüecido homosexual apocalíptico que quería seducirle jugando un burdo juego de inteligencia que nunca se cansa de jugar y, Qlampton, si bien impasible al acoso, ponía en riesgo su ecuanimidad y me obligué a intervenir la atención frívola y maricona que sobre él se cernía, rapaz.  Nuestras fragilidades convocaron la complicidad de los niños que se protegen de la maldad.  Quizás como agradecimiento me mostró junto a Marcela Trujillo, el lugar más oscuro de esa casa y de paso encantarla a ella. Maliki no se enteró de nada porque como bien ella declara, esa época la pasó entera borracha (pero entera, si bien se aprecia su obra).  Mucho tiempo después, en el mismo lugar, Antonio Arroyo –el George Martin de Trauko-  fotografió por casualidad a un fantasma, por decir; ó algo así, por no saber como decir.


Una única conversación dicha dos veces de forma idéntica. No es mucho, concluirán. Junto a la agradecida lectura de su obra, lo es -mucho- para mí.

Claudio Galleguillos es un ser singular perteneciente a la leyenda de seres literarios que como el Principito de Saint Exupery,  de vez en cuando nos visitan para enseñarnos que lo esencial es invisible para los ojos...








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